Reencuentros
Si la vida son momentos, (cada vez más evidente para mí), indispensable resulta reencontrarse con aquellas personas que hacen que merezca la pena compartir esos mismos momentos, independientemente del tiempo que haya transcurrido entre cita y cita. Lo importante es volver a verse.
Hoy, y como cada año, me he vuelto a reencontrar en solitario con el elemento vivo que mejor me conoce: el mar. Me he sumergido, sin pudor ni miramiento alguno, en él, abrazándonos fuertemente, como los reencuentros de película. Y tras el abrazo y la bienvenida, nos hemos puesto al día. Es de rigor.
Con súbita paciencia me ha preguntado qué tal me ha tratado la vida este último año… Si soy feliz, si tengo esperanza, si tengo perspectivas y si he aprendido en mi camino. Él simplemente escuchaba atentamente, observando cada uno de mis gestos. Mientras, yo, chapoteaba y nadaba a la par que él me sostenía. Reconozco que la certeza de que jamás me dejará hundirme me otorga paz, amén de mucha seguridad. En él, con él, estoy protegida.
Tras las debidas confesiones no han llegado los consejos. Su sabiduría milenaria le ha dotado de la capacidad de saber que simplemente debe estar, haciéndome saber que está conmigo, y que los consejos se dan cuando se piden; esto es, si tengo la necesidad.
La despedida ha sido intensa. Evidentemente, queda mucho verano (quién sabe si este invierno acepto su invitación a sus profundidades, y buceo para conocerle mejor) pero, de momento, solamente quedan, ya hasta el año que viene, las visitas cortas de baño y salida (quién sabe si acompañada), junto con sus suaves caricias para refrescarme y saludarle. Sin más.
Nunca perdáis de vista la importancia de los reencuentos. De esos tranquilos, que no tienen hora fija de final, y que ocurren con aquéllos que mejor nos conocen… Con las personas que, simplemente con estar, hacen que todo lo que conlleva vivir, con sus agridulces pasos, merezca la pena.