Hace unos días, tras mucho tiempo, alterné con un viejo amigo. Lo de viejo no es por la edad, ojo, sino por el tiempo que ya nos conocemos.
Es muy normal y suele pasar que tras tanto tiempo y el típico «qué tal», una acabe con su amigo hablando del Big Bang, su repercusión sobre lo que somos hoy y la intervención de la Física Cuántica. Normal o no, fue apasionante. La conversación y poder comprobar que las personas con el tiempo crecen, se alimentan del saber, maduran y puedes aprender algo (o mucho) de ellas. Gran amigo, por muchas quedadas más.
Existen dos explicaciones que vagamente (a mi entender) explican el asunto de enamorarse de alguien. Lo que se dice amor de perder los papeles. Amor puro sin conservantes ni colorantes.
Una de ellas trata de una «cuestión de gustos» a través de la cual,el ser humano, racionaliza las características de los demás hasta que da con aquella que más se ajusta a lo que busca, a su estereotipo. La otra, por otro lado, lo reduce todo a la química del sistema nervioso, las hormonas y feromonas. De ahí la común expresión » hay química entre nosotros» o «se acabó la química», en el peor de los casos. Pues bien, bienvenida una tercera y no menos válida. Es más, a mi entender, la más válida de todas.
Somos materia (dejando aparte las creencias), algo evidente. Y si en algo se caracteriza la materia, todo tipo de ésta, desde humana hasta el mismísimo hormigón, es por la energía que posee y transmite. Unos elementos tienen más conductividad que otros pero,en definitiva, la materia de la que estamos hechos y de la que está hecho el mundo es la de los inicios del universo, la misma. Corríjanme aquellos doctos en estas materias en que existen aleaciones creadas por el hombre. Pero hasta lo descubierto cavando una zanja en el monte es materia orgánica e inorgánica, de la que el humano está formado, hecho.
Siendo así, somos seres transmisores y conductores de energía, continuamente. A las cosas, claro está, pero también a los otros seres: ¿no han recibido nunca un chispazo al tocar a alguien?
He aquí el punto al que quiero llegar. La energía como unión entre dos personas, como ente capaz de atraer con tan sólo un roce. Pero, ¿por qué con una persona sí y con otra, no? Porque son el mismo trozo de materia que en un momento primitivo del universo se vio de golpe separada por la explosión del Big Bang. Y ese mismo trozo, al encontrarse con su otra mitad, entra en un estado de transmisión de energía irrefrenable. La atracción es inconsciente, inevitable, son dos partes que durante millones de años estuvieron unidas, eran uno. Una locura para algunos, quizá. Lo que yo tengo comprobadísimo, sin embargo.
Hay parejas que conviven una vida entera juntos, su amor («continua transmisión energética», se transforma pero no se destruye). Hay otras en las que se da dicha transmisión que termina mermándose en una transmisión de energía de «no amor», igual que con otro ser, y se acaba. Perdón, es que, en realidad, nunca hubo energía nivel amor.
En el primer caso tuvieron la suerte de encontrarse las dos mitades. En el segundo, son dos mitades muy parecidas en composición, pero no la misma.
Tengo una historia real, que bien nos serviría como caso de éxito, que refrenda esta teoría a las mil maravillas.
Hace un año y procedentes de dos puntos geográficos distintos, se conocen dos personas. Fruto del azar, todo hay que decirlo. Desde el minuto uno y a pesar de la lejanía, se produce una primera transferencia de energía brutal que hace, a través del lenguaje y el verse en una pantalla que dicha transferencia continúe y continúe. Una sensación de haberse conocido ya les aborda. Son muy parecidos en muchas cosas, distintos en otras. Debemos establecer aquí que el carácter viene dado por factores psicosociales y la genética, sin duda.
Tras semanas, se conocen. La energía esta vez explosiona, dando lugar a vaivén de quantos de energía irrefrenable. La fase A de conocerse se ve asentada con esta fase B del persona a persona. El calor del cuerpo al rozarse, el nivel de lenguaje y el volumen del habla, el olor y, en definitiva, el «tú a tú» ha creado un campo energético entre ambos que no cesa ni de día ni de noche.
Todo no es bonito en esta vida. Hay momentos buenos y momentos malos; discusiones y problemas pero esta pareja, ya sea bien por el uno que por el otro ha sentido la imperiosa necesidad de buscar al otro, siempre. Hasta en las peores condiciones. Necesitaban su energía. El uno la del otro. Incluso en situaciones bastante feas.
Porque, al final, cuando entraban en contacto, su campo energético también lo hacía, y de manera intensa. Y ese calor, olor y comunicación constantes que siempre están en acción, energéticamente marcadas, un año después. Y diría que ese campo de energía, a día de hoy, sigue intacto tras su explosión. Ambos necesitan ese intercambio porque son la misma materia, la misma que en un principio formó parte de una misma unidad y que el famoso Big Bang hizo que hayan estado en gravitación durante millones de año separadas.
No sé si les he convencido. Yo, lo tengo clarísimo.