¡Voy a tener una hermanita!

Soy la que está entre dos hermanos varones. Son mi adoración, sin duda. Esa parte femenina que todo niño y luego hombre necesita aprender para el desarrollo de su «parte femenina» así como para con el trato de las mujeres muy probablemente lo han aprendido de mí. De mi madre lo básico e importante; de mí lo que es ver desarrollarse un cuerpo de mujer de manera cercana, la forma de ver la vida de las mujeres, de manejar las emociones… Eso de ir a la peluquería, saber qué son unas mechas y qué un tinte; que las medias (o pantys) se rompen, que las nenas no tenemos pilila (la de baños que nos habremos dado los tres juntos en la bañera…) o qué es una compresa o un tampón. Los vestidos de nochevieja, sujetadores entre el montón de ropa limpia o simplemente un consejo en el momento justo. Pero por supuesto, la asesora de imagen por excelencia: qué camisa me queda mejor, este pantalón o el otro, me engomino y huele este perfume a ver si te gusta. No lo cambio, por nada. Porque yo he aprendido muchísimo de ellos como varones también: sé jugar a las chapas, al fútbol, baloncesto, al pin-pon, qué es un fuera de juego así como jugar a la Play, al Risk o haber visto por entero Bola de Dragón (Bola del Drac) (Gracias Canal Nou. Nos has enseñado valenciano a toda una generación demurcianicos y permitido disfrutar de una de las mejores series de dibujos animados de la Historia). Ayuuuuuken.

Pero siempre eché en falta una hermana, si lo negara mentiría. Esa amiga 24 horas con la que poder compartir desde los sentimientos hasta la ropa, pasando por confesiones o problemas. Con quien pelearse por lo más absurdo del mundo y acabar a risas en un minuto. Dormir juntas. Salir juntas. Que solo con mirarme a los ojos supiese que me pasa algo y lo que me pasa. Hacerle la cera o llevarle la cola del vestido el día de su boda. Pero no crean, Dios provee, a su manera, pero provee.

Supe de su existencia porque mi hija, dulce en su inocencia, me lo chivó. Fue un misterio durante unos meses hasta que una tarde de navidad, aquí en casa, tuve la oportunidad de verla y saludarla por primera vez. Una rubia descomunal vestida con un abrigo rojo de paño precioso, el pelo algo ondulado a lo Marilyn y unos labios rojos que paraban todo aliento humano. Menudo bellezón. Qué saber estar, qué sonrisa (de esas que hacen a una sonreír por imitación) y qué ojos. Me encandiló, no tengo problema en reconocerlo. Qué bien se lo monta mi Andresico, pensé.

Luego ha venido la mejor parte, que es ir conociéndola. Su risa, su espontaneidad, su decisión. Esas piruletas de chocolate, ese roscón de reyes. Galletas que trasportan al mismo cielo desde el primer bocado, ¡esas tartas! Pero lo mejor, lo más valioso, su mayor virtud de todas, todas: el hacer feliz a mi hermano. No es el mismo desde que ella apareció y es posible que él no se haya percatado; desde luego, los que lo rodeamos, sí. Y es que a veces entender a mi hermanísimo no es fácil, palabra de hermana única, tampoco imposible. Porque mi hermano es fuerza y arrojo, un sin parar de ir y volver de manera repetitiva, un ansia de vivir la vida sin perderse el mínimo detalle. No es fácil seguirle el ritmo, no es menos cierto que lo admiro tremendamente por ello. Ese es pues el mayor de los méritos de Marina: el Soto en sí mismo.

Pero desde luego que la irrupción de Marina en nuestras vidas no ha dejado indiferente a nadie, a mí, sobretodo. Sin apenas conocerme, me prestó su apoyo de manera incondicional. Se ha convertido en mi confidente de urgencia y no urgencia, a quien muestro los vestidos y ropajes, a la única que le cuento secretos inconfesables, quien me ha visto llorar, reír, ha tomado a mi hija como si de la suya se tratase y siempre que la he necesitado, absolutamente siempre, ha sacado hueco de ese tiempo que no tiene para escucharme. Aunque fuera a las nueve de la noche tras más de ocho horas de trabajo. Me ha dado buenos consejos, siempre, su sensatez es el común denominador de todas las relaciones con los demás, empezando por mi hermano. Trabajadora y luchadora. Siempre dispuesta. Siempre con una sonrisa. Y siempre monísima con ese estilazo que envidio de manera sana y que va perfeccionando. En definitiva, ahora tengo una hermana. Esa hermana que siempre anhelé y que, al final, la vida me ha puesto en el camino. Espero estar a la altura de su nivel como hermana, y si no lo estoy en algún momento, que tenga la confianza suficiente para decírmelo, sin ningún tapujo.Gracias Marina, hermana, por tratarme como tal y hacerme sentir más tranquila en este mundo porque sé que tu estás en él. Sin perjuicio, eso sí, para Elisa, tu hermana verdadera, a la que adoro y con la que tu has tenido una suerte tremenda.

Muchas felicidades por tu cumpleaños. Espero poder celebrarlo contigo muchos y muchos años. Eso sí, con tus tartas, no admito otras. Con las cosas del comer no se juega, y con los dulces de Marina, menos.

Deseo que la vida te depare junto a Andrés una trayectoria larga y muy dichosa, amén que fructífera. Yo estaré siempre, absolutamente siempre, para y con vosotros. Solo una llamada y haré «chas» para aparecer a vuestro lado.

Pues quien tiene un hermano, ya de por sí tiene un tesoro. Pero si además este añade una hermana, ¡qué bendición!, tenemos la conjugación perfecta.

Porque sí, sí, ¡voy a tener una hermanita!, qué increíble poder decir eso.

 

Junto a Marina (izq) y Elisa (dcha)

Junto a Marina (izq) y Elisa (dcha)

image_pdfimage_print

Deja un comentario