Cuando pensaba que la llama y su estela de luz eran ya cenizas abocadas a mezclarse con la tierra y esparcirse con el viento,
cuando creí que el odio era ahora el hilo conductor de nuestra historia, sentía la desesperanza que ese hecho me causaba y lo mucho que en silencio lo seguía amando, sintiendo que delinquía con ello, que rompía con las normas de la lógica y la razón;
cuando entendí que era cuestión de supervivencia vivir ese amor en la más absoluta soledad y silencio, de repente, un resquicio de calor en el otoño, una pequeña colilla, hizo que el fuego volviese a prender.
En realidad no se había apagado, grandes tormentas y lluvias lo debilitaron, parecía no estar, pero los vientos del otoño, intensos encomendados a hacer las hojas caer, avivaron la llama.
Una llama no tan prendiente, una llama no tan espectacular, una llama que calienta pero que no quema causando heridas y quemazón.
Ese comparable a ese calor que el hogar de una casa, con su chimenea, hace a uno sentirse confortable y a gusto, con ganas de acurrucarse y leer un buen libro.
Es el calor de una madre a su hijo, de un esposo a su mujer, de dos novios comiéndose a besos en un banco de la ciudad. O el que, en nochevieja, proporcionaba a una la chaqueta del traje que el acompañante le cedía caballerosamente. Sin duda es el calor, no tanto el fuego, de la paz y la serenidad. El fuego quema y es destructivo si se va de control; el calor es regulable simplemente con un poquito de agua. El amor es calor irradiado, nunca una hoguera en descontrol.
Quiero ese calor. Quiero ese amor. Y no hay mayor satisfacción que sentir que lo que creía ceniza era una cortina de agua sobre la hoguera. Y que dicha cortina, las tormentas y chubascos, no pudieron con el último atisbo de la llama del amor más puro y completo que he sentido nunca. Completo, esa es su gran distinción. Completo, esa es su definición.
Años pasen y aunque sea a través de la amistad, esa llama, la que sobrevivió a las tempestades, caliente sin quemar y viva en la eternidad.
Porque el amor se puede experimentar y vivir de muchas maneras y, la amistad de oro y candado, es una de ellas.
Gracias le doy a la vida por hacerme dichosa.